Datos recientes nos muestran que ocho de cada diez startups no superan sus primeros años de vida. Esta estadística evidencia la magnitud del reto y la urgencia de replantear cómo se percibe el cierre empresarial.
Diversos emprendedores han demostrado que clausurar un proyecto no significa un error irreversible, sino una etapa clave para adquirir experiencia y fortalecer futuros emprendimientos.
La narrativa empresarial suele destacar los casos de éxito y las rondas de financiación, mientras oculta la realidad de las compañías que no prosperan. No obstante, contar estas vivencias permite normalizar el cierre como parte natural del ciclo de negocio.
Trayectorias de Hemper, FrontWave Imaging y Vetypet.app evidencian que una etapa final puede convertirse en un motor de resiliencia.
Presión social y desigualdad cultural
En España, persiste una visión rígida sobre el fracaso. La presión social aumenta el impacto emocional en quienes deben cerrar, a diferencia de entornos como el anglosajón, donde se interpreta como un aprendizaje valioso. Modificar esta percepción requiere un cambio cultural que reconozca la experiencia adquirida como un activo.
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El cierre como punto de inflexión
Cerrar una startup no implica el final de la trayectoria emprendedora. El valor radica en analizar errores, capitalizar aprendizajes y avanzar con mayor claridad estratégica.
Esta vivencia permite lanzar nuevos proyectos con fundamentos sólidos, comprensión más profunda del mercado y una estructura organizativa fortalecida.









