Hay personas en México para quienes atender su salud mental significa pedir permisos, perder ingresos o enfrentar estigmas. Otras simplemente no pueden. En 2024, el acceso al bienestar emocional en entornos laborales continúa siendo un privilegio que no todas las empresas están dispuestas a garantizar. Aunque la conversación ha avanzado, la acción corporativa va rezagada: solo 1 de cada 10 empresas en el país cuenta con un protocolo integral de salud mental para su plantilla.
La salud mental no es un lujo ni una tendencia. Es un componente esencial de la productividad, la innovación y la sostenibilidad empresarial. Sin embargo, el 63% de las personas trabajadoras en México declara experimentar estrés laboral crónico. Este dato, reportado por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), no es menor: el estrés sostenido está vinculado con problemas cardiovasculares, baja concentración y mayor rotación de personal.
Un desafío estructural con impactos humanos y económicos
Además, las condiciones de precariedad, largas jornadas, entornos discriminatorios y liderazgo tóxico amplifican los riesgos. Las mujeres, las personas racializadas y la comunidad LGBTQ+ enfrentan una carga aún más pesada. La falta de acceso a atención psicológica o psiquiátrica agrava la desigualdad y afecta directamente la competitividad de las organizaciones. Implementar programas de salud mental no es filantropía: es una decisión estratégica.
Algunas compañías han comenzado a asumir su responsabilidad y generar modelos que priorizan el bienestar emocional de sus equipos. Esto incluye días de salud mental, acceso gratuito a terapia, protocolos contra el acoso y formación en inteligencia emocional. Estas acciones no solo previenen crisis; también cultivan culturas organizacionales más resilientes, creativas y humanas.
