La pandemia actual ha sido el mayor catalizador de la transformación digital en los últimos cinco años y ha puesto a prueba la agilidad de las empresas como ninguna otra en la memoria moderna. Sin embargo, lo que también ha demostrado es lo frágiles que son muchas organizaciones.
Se han hecho públicas las debilidades en las cadenas de suministro y los frágiles procesos operativos. “Antifragilidad”, en lugar de agilidad, es la nueva palabra clave en resiliencia empresarial.
Dependiendo de cuán resistente sea una empresa frente a futuras crisis, puede ubicarse en una de cuatro categorías: Frágil, Quebradiza, Resiliente o Antifrágil.
Frágil en una empresa susceptible a no soportar los cambios bruscos, hay un impacto en el desempeño organizacional y protección de la fuerza laboral inmediatamente después de que ocurre un shock. Una organización es frágil, cuando el negocio funciona normalmente durante un corto plazo, pero pronto ve los impactos en el rendimiento empresarial y la protección de la fuerza laboral.
Resiliente es una empresa que aunque se produce una caída significativa en el desempeño organizacional después del impacto, la empresa resiliente puede realizar cambios en su modelo de servicio, operaciones centrales y sistemas de tecnologías de la información para permitir que la organización vuelva a un desempeño casi normal. Como organización antifrágil resiliente, tiene que adaptarse después de un shock, pero luego ve un crecimiento en el negocio, una respuesta positiva a la medida modificada. Las organizaciones antifrágiles no solo responden a los choques, sino que los buscan y aceptan.
Si bien la resiliencia para los fabricantes es la capacidad de seguir generando ganancias económicas a través de cambios cíclicos y estructurales en la oferta y la demanda, la antifragilidad es la capacidad adicional de usar los choques y la volatilidad para aumentar los ingresos y las ganancias, incluso ingresar a nuevos mercados o causar interrupciones en los existentes. Es lo que deberían apuntar las empresas de fabricación.
Muchas organizaciones ya están gestionando el impacto actual y estabilizándose: han cuidado a su personal, han cambiado al trabajo remoto y han actualizado y asegurado su infraestructura de tecnologías de la información. Ahora están empezando a pensar en el futuro, en adaptarse a las réplicas y la transformación a largo plazo. Reconocen que necesitan tomar decisiones informadas y basadas en datos para hacer avanzar el negocio.
Sabemos que la pandemia actual tendrá secuelas, por lo que debemos adaptar nuestras organizaciones para que sean flexibles. En crisis pasadas, las organizaciones que recortaron y quemaron se desempeñaron peor a medio y largo plazo que aquellas que recortaron e invirtieron inteligentemente.
Avanzar hacia una organización más resistente y luego antifrágil significa adaptar los procesos a través de más experimentación, descentralizar, diversificar las operaciones y la fuerza laboral, y entrar en mercados novedosos para aprender a través del comercio. Es importante señalar que aunque las tres etapas están representadas de forma secuencial, el éxito de este modelo requerirá que las empresas sean ágiles, dividiendo los programas en partes manejables. Fallar rápido es imprescindible y los circuitos de retroalimentación para permitir la mejora continua son fundamentales.









