La experiencia y enseñanzas del caso Tijuana ofrecen alternativas atractivas para atender el problema de inseguridad desde la trinchera ciudadana.
Por Mariana Meza
Uno de los primeros escenarios de la crisis de inseguridad que ha azotado a nuestro país por casi una década fue la ciudad de Tijuana, Baja California. El problema de la inseguridad, ocasionado en gran parte por la confrontación entre el Cártel de los Arellano Félix y el Cártel de Sinaloa, comenzó a aumentar desde 2006, hasta alcanzar niveles de violencia nunca antes vistos. Entre 2006 y 2008, los homicidios dolosos en el estado prácticamente se duplicaron al pasar de 483 a 853. La Zona Metropolitana de Tijuana se transformó en un auténtico campo de batalla entre las organizaciones del crimen organizado y las autoridades, lo que contribuyó a que tan sólo en 2008 esta zona registrara 685 homicidios dolosos.
La experiencia de Tijuana, en específico la implementación del Operativo Conjunto Tijuana en 2007 –que fue la estrategia de intervención del gobierno federal en la entidad para atender el problema de inseguridad–, era considerada como caso de éxito de la estrategia de seguridad del ex presidente Calderón. La intervención de la Policía Federal, Ejército, Marina y su coordinación con fuerzas estatales y municipales fue considerada como uno de los factores más importantes que lograron la disminución de la violencia en la entidad. La participación de las instituciones gubernamentales fue, sin duda, protagónica para el desenlace de la experiencia bajacaliforniana; sin embargo, y tomando en cuenta que las causas de la reducción de la violencia son multifacéticas, la experiencia de Tijuana muestra cómo el protagonismo y coordinación del sector privado fue fundamental para atender la crisis que se vivía durante esos años.
CIDAC y el Center for International Private Enterprise (CIPE) se dieron a la tarea de comprender cuál fue la experiencia y el papel que jugó el sector empresarial de Tijuana durante esta crisis. La reconstrucción de esta historia se realizó por medio de entrevistas a los actores relevantes de esta historia, como el ex gobernador José Osuna Millán, el teniente coronel Julián Leyzaola (secretario de Seguridad Pública de Tijuana), presidentes de la Coparmex-Tijuana, y otros miembros de la sociedad civil y medios de comunicación. A través de estos testimonios resultó evidente cómo el sector privado de Tijuana tuvo un rol importante, especialmente en dos aspectos: en primer lugar, en comunicar el hartazgo y lo alarmante de la situación de inseguridad en Tijuana durante 2006 y 2007; en segundo lugar, el sector empresarial fue fundamental para dar seguimiento a la estrategia de seguridad del gobierno y desempeñarse como un contrapeso ciudadano.
La experiencia de Tijuana, en específico el protagonismo del sector privado durante los años más violentos de esta ciudad, demuestran cómo –si bien la inseguridad es común en todo el territorio mexicano– las particularidades de cada entidad y ciudad son relevantes. En este sentido, la historia de Tijuana y los esfuerzos por mitigar la violencia no se pueden comprender del todo si no se considera el liderazgo que tuvo el sector privado y las distintas acciones que implementaron para buscar reducir la inseguridad. La presión de actores como Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial o la Canacintra en Tijuana fue fundamental para atraer la atención de las autoridades y dar seguimiento y continuidad a la implementación de la estrategia de seguridad en la entidad. Desafortunadamente, el aumento en las cifras de homicidios dolosos de 2014 y 2015 demuestra cómo estas acciones no garantizan una solución a largo plazo ni la eliminación del riesgo de que la violencia pueda desatarse en el futuro. Sin embargo, la experiencia y enseñanzas del caso Tijuana son relevantes y son parte importante de la historia de inseguridad de nuestro país, y pueden ofrecer alternativas atractivas para atender el problema de inseguridad desde la trinchera ciudadana.
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