En Entre Ríos, Argentina, la informalidad laboral ha dejado de ser un síntoma para convertirse en un freno estructural. Cerca del 40% de quienes trabajan en el sector gastronómico lo hacen sin registro formal. No hay contratos, ni aportes, ni cobertura médica. Pero tampoco hay acceso a crédito, ni posibilidad de trazar una carrera profesional. Este fenómeno no es nuevo, pero hoy impacta con más fuerza en un rubro que podría ser motor de innovación regional.
Los datos recientes muestran que la informalidad no solo afecta a los trabajadores. También limita la competitividad de los negocios, reduce su margen de maniobra para crecer y desincentiva el ingreso de nuevos emprendedores.
Mientras algunos empresarios justifican la falta de formalización por la alta carga tributaria o la complejidad burocrática, el costo a largo plazo es mayor: equipos inestables, falta de inversión y una cultura empresarial basada en la subsistencia.
Formalizar no es un gasto, es una inversión
En ciudades como Paraná, Concordia o Gualeguaychú, los pequeños restaurantes, cafeterías y emprendimientos familiares representan un tejido vital. Allí, formalizar el empleo no solo mejora la calidad de vida de los trabajadores, sino que también fortalece la marca, eleva los estándares del servicio y abre la puerta a la innovación.
Además, contar con personal registrado permite acceder a beneficios como programas de capacitación, subsidios o líneas de financiamiento específicas. En un país donde el consumo interno muestra signos de recuperación en sectores clave, la profesionalización del empleo se vuelve una ventaja competitiva real.
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