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¿Por qué hay tantos jóvenes adinerados anticapitalistas?

Lo que no entienden los niños adinerados de izquierda es que los peores totalitarismos han sido consecuencia de querer hacer de la sociedad moderna una “gran familia”, y del Estado, un “buen padre”.

 

Por Agustín Laje

Toda una curiosidad constituye el hecho –de ninguna manera nuevo– de la inclinación o adhesión a ideas anticapitalistas por parte de jóvenes provenientes de familias de buen pasar económico. Por lo general se trata de estudiantes universitarios mantenidos por sus padres, que encuentran en la prédica de izquierda un sentido de justicia que los desvela por completo, llevándolos a una colisión permanente entre dichos y hechos.

El fenómeno descrito tiene una complejidad mucho más profunda de la que en este artículo, necesariamente breve, puedo desarrollar como respuesta parcial: sentimientos de culpa por lo que se tiene, odio al padre (como explicaba Pablo Giussani con relación a los jóvenes montoneros de Argentina), simples impulsos de rebeldía, modas ideológicas (como aseveraba Ludwig von Mises en El socialismo), etc., podrían ser componentes que expliquen también este odio del joven adinerado al mercado y al capitalismo. No obstante todo ello, en la teoría que deseo aquí presentar quisiera poner el foco en los sistemas de moralidad que acompañan al joven mantenido en su camino hacia el socialismo.

En primer lugar, debe decirse que los principios de justicia socialista basados en la necesidad (“de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”, dijo Marx) resultan apropiados para regir órdenes sociales micro, tales como la familia o el grupo de amigos en las sociedades modernas. En efecto, hace justicia la madre que da a sus hijos según sus necesidades y urgencias, y no según otros criterios como podría ser el mérito. ¿Acaso consideraríamos justo que el padre de familia evalúe el mérito de sus hijos, por ejemplo, en la escuela, a la hora de decidir si suministrarles o no alimento?

Ahora bien, si intentáramos aplicar hasta las últimas consecuencias el principio de la necesidad como criterio de justicia en un orden extenso, sólo una situación de incompleta injusticia e ineficiencia podría derivarse de tal cosa. El legítimo altruismo familiar devendría en ilegítimo saqueo social por parte de una autoridad planificadora que acabaría, a la postre, con toda libertad individual, y hundiría a la sociedad en el hambre y la miseria (el genocidio soviético y el genocidio maoísta son sólo dos ejemplos históricos de lo dicho).

Así, pues, debe remarcarse que el ideal socialista de justicia es sólo aplicable a grupos reducidos por una sencilla razón: los lazos sociales que unen a los miembros de estos grupos son tan fuertes que permiten el altruismo como un modo de comportamiento moral habitual y estructurante. En órdenes extensos, donde no conocemos realmente al otro y donde el otro no nos conoce a nosotros, este tipo de moralidad no puede más que manifestarse esporádicamente y es incapaz –tal como ha demostrado Friedrich Hayek en La fatal arrogancia– de sostener cualquier sociedad abierta y compleja.

¿Qué ocurre, entonces, con esos jóvenes universitarios adinerados que encuentran en la izquierda una ideología a la cual adherirse?

Pienso que su propia experiencia de vida los lleva a extrapolar la moralidad que es propia del orden reducido, al orden extenso. En efecto, el joven universitario adinerado suele ser un gran acreedor de la moralidad socialista que rige al grupo familiar, el cual costea desde sus estudios hasta su vivienda, desde su vestimenta hasta sus entretenimientos y ocios, desde sus vacaciones hasta su automóvil propio, de tal suerte que, de forma inconsciente, el joven ha aprendido a vivir mediante el esfuerzo de otros (sus progenitores), y ve que su vida es buena, y quiere lo mismo para los demás. Puede tratarse de un buen y sincero sentimiento, pero completamente errado en tanto que descuida algo fundamental: que sus padres jamás hubieran mantenido de la misma forma y en la misma medida a un completo desconocido que integre el orden extenso en el cual el grupo familiar se asienta.

En otras palabras, el joven que vive de la redistribución de la riqueza que efectúan sus padres en su favor, ha aprendido de forma inconsciente a concebir la economía como una torta dada que debe ser repartida, cuando lo cierto es que, en la economía, la torta no está ni dada (debe producirse) ni puede ser repartida por una figura paternalista sin que ello ponga en peligro los propios incentivos que llevaron a crear dicha torta.

El joven adinerado se hace de izquierda, en definitiva, porque confunde dos planos morales completamente distintos que rigen dos órdenes sociales completamente diferentes. Su vida ha sido tan fácil y cómoda en virtud de su pertenencia a una familia de holgura económica, que pretende hacer de la sociedad un reflejo de su familia, y del Estado, un reflejo de su propio padre. La necesidad, y no el mérito en servir las demandas ajenas (el fundamento de la justicia en un orden extenso), debe, entonces, regir a la sociedad como criterio de justicia, según su opinión.

Lo que no entiende el niño adinerado de izquierda −que posiblemente posea buenas intenciones− es que los peores totalitarismos que ha vivido la humanidad han sido consecuencia, precisamente, de querer hacer de la sociedad moderna una “gran familia”, y del Estado, un “buen padre”.


Agustín Laje es director del Centro de Estudios LibRe.

 

Contacto:

Twitter: @agustinlaje

Facebook: Agustín Laje

Página web: Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad

 

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