Desde el advenimiento de la pandemia los macroeconomistas fueron pasando de la euforia a la decepción, con algunas escalas intermedias.
En función de la experiencia histórica al comienzo aventuraron con cierto optimismo que venía una “V” (un fuerte y rápido rebote), luego esbozaron una “U” (una recuperación más lenta), más tarde idealizaron una “W” (rebotes con recaídas) para después sumergirse en predicciones funestas de una “L”, o una especie de “pipa de Nike” o hasta algo parecido al símbolo de “raíz cuadrada” (todos simbolizando un estancamiento).
Ahora bien, dado el desempeño visto hasta el presente en los distintos países comenzó a ganar adeptos el pronóstico “K”. Más allá de las ironías criollas, los analistas de Wall Street y de la UE vislumbran una recuperación tanto entre países como entre sectores muy divergente. Por lo tanto, esta es ahora la letra que manda, la “K”, porque sería la que mejor explica lo que está pasando y puede pasar una vez terminada la pandemia.
¿Pero qué implicancias tiene una recuperación “K”? La esencia de este pronóstico apunta a que la recuperación no será para todos igual y ni siquiera llegará a la misma velocidad. Por ende lo que primará es una mayor disonancia entre países sino también entre sectores y clases económicas. O sea, la “K” al estilo criollo anticipa más grieta, más divergencia en el mundo.
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