México, 4 Sep.- Las Federaciones Deportivas son en materia de percepción ciudadana, los partidos políticos del sub mundo deportivo. En buena medida, reputación bien ganada.
Poco transparentes, empíricos, improvisados, anti democráticos, indiferentes, indolentes, cortos de miras, perezosos, parásitos, serviles, fósiles, reacios al cambio y un largo etcétera, son adjetivos asociados a la reputación de las Federaciones, particularmente de quienes las dirigen. En mi opinión, como en todo lo conformado por personas, hay buenos y hay malos. Lo preocupante es que alcanzan los dedos de una mano para enlistar a los buenos, de un universo cercano a las 30 federaciones del ciclo olímpico.
En países vanguardistas en materia deportiva, el trabajo que realizan las federaciones deportivas se califica con antónimos del listado anterior. Y no se trata de capacidad, convicción o compromiso, ni siquiera por cuestiones culturales o educativas. La diferencia radica en que se tienen reglas claras y si no se cumplen, no se accede al recurso público, sin el que no subsistirían el 90% de ellas.
En México, las federaciones llegan hasta donde la ley se los permite. Este es el verdadero problema y origen de muchos más. Nuestro marco jurídico en materia deportiva es inoperante. Nos rige un Frankenstein que cumple con la misión de sus creadores: cuidar intereses económicos y mantener el poder. El que hizo la ley, hizo la trampa.
No se trata de ciencia nuclear, en México hay especialistas capaces de generar un marco jurídico adecuado, que tome en cuenta leyes vivas que en el mundo establecen las bases para que sociedad y gobierno trabajen exitosamente en materia deportiva. Lo que no hay es voluntad.
La primera acción deportiva relevante del sexenio de Enrique Peña Nieto fue modificar la ley. Jesús Mena operó en fast track apoyado por la bancada PRI-Verde en el Congreso, para sacar a la CODEME (Confederación Deportiva Mexicana) del Sistema Nacional del Deporte y en consecuencia, de las partidas presupuestales federales. Así se dio fin con un conflicto histórico entre su grupo (El Comité Olímpico Mexicano liderado por Mario Vázquez Raña, quien vivió para disfrutarlo) y su antagónico (la rijosa y sui generis CODEME catalizada desde épocas de Nelson Vargas).
Desde 2003, año de su publicación, nadie había podido cabildear un cambio en la Ley General de Cultura Física y Deporte. Desafortunadamente en esta oportunidad nada mejoró. En un desplante de fuerza se echó a andar la maquinaria con el único objetivo de dar el puntillazo final a Alonso Pérez y compañía.
Hoy, un nuevo director de la CONADE ha calculado que meter en orden a las Federaciones deportivas es necesario. Nada nuevo. Lo que preocupa es la forma como Alfredo Castillo pretende hacerlo.
Las Federaciones han aprendido a través de décadas cómo sacar el mejor provecho de su estatus jurídico y del escudo de fuerza que les otorga el no intervencionismo de la Carta Olímpica. En cuanto la autoridad les aprieta, hacen valer su autonomía y chantajean poniendo a los deportistas en medio. Si el embate continúa, amenazan y se escudan en las Federaciones Internacionales, echan mano de los medios y transforman en mártires de a sus atletas. El último recurso son los tribunales; tienen a la mano abogados expertos, capaces de dar batallas por décadas. El desastre en el basquetbol mexicano es un buen botón de muestra.
Juzgar sumariamente, desafiliar anticipadamente, emprender un embate mediático, son acciones que generarán la percepción de que se pone orden; la realidad es que michoacanizar el deporte federado polarizará más y generará conflictos de corto, mediano y largo plazo. Con una sola certeza, los afectados serán los deportistas.
Por lo pronto el COM y todas las federaciones (incluida la CODEME y Alonso Pérez con la de béisbol) han hecho ya un frente común para contener el “embate” del Gobierno Federal. Está latente la amenaza de acudir ante el COI (Comité Olímpico Internacional) para denunciar intervencionismo del gobierno mexicano (cosa grave a menos de un año de los Juegos Olímpicos en Brasil) y urgen al presidente Peña Nieto para que intervenga.
El panorama es poco alentador. Emprender un cambio en la Ley en medio de este ambiente de encono tiene pocas posibilidades de llegar a buen puerto. Mientras tanto, a la vista está un fracaso mexicano más en un ciclo Olímpico y la pérdida de una generación de deportistas… que cómo siempre, son los más afectados.
Imagen: Archivo