Juan Pablo II fue, sin duda, uno de los líderes más influyentes del siglo XX. Y uno de los más queridos, especialmente en nuestro país: mucha gente recuerda con cariño haberlo visto a lo lejos, en alguna de sus visitas, a bordo de su Papamóvil. En su país natal, Polonia, jugó un papel fundamental para terminar con el comunismo, y su influencia contribuyó en gran medida a la caída del bloque comunista.
Estrechó los lazos con los líderes de otras religiones, y visitó más de 120 naciones, hablando con fluidez más de diez idiomas. Como el castellano: la frase “México, siempre fiel”, continúa despertando emociones entre la feligresía.
Karol Wojtyla murió en abril de 2005, tras unos años en franco deterioro que culminaron en una agonía que tuvo al mundo en vilo durante varios días.
Cuando falleció, la gente que estaba en la plaza de San Pedro comenzó a aplaudir, conmovida, en un homenaje espontáneo al hombre que quisieron tanto.
El mundo entero estaba en duelo, y las muestras de reconocimiento y afecto no se hicieron esperar por parte de todos los líderes mundiales: hoy se recuerda, con tristeza ineludible, el saludo amistoso entre los líderes de Israel, Irán y Siria.
No todo el mundo compartía la pesadumbre y la zozobra, sin embargo.
La consternación por la muerte de quien, unos años más tarde, sería llevado a los altares, parecía ser excesiva para algunos: “Sencillamente fueron horas y horas de comentarios sobre el Papa, de reportajes sobre el Papa, que repitieron, o sea, claro que hay que dar esa información, pero repetían y repetían y repetían, este, y no dejaron en el momento en que estaba la instructora, este, resolviendo, pues un pequeño espacio: nada más ‘perdió López Obrador tres a uno’, como si fuese futbol”.
Era la época del desafuero, cuando la torpeza del gobierno federal puso en bandeja de plata al entonces jefe de Gobierno la oportunidad de montar un espectáculo en el que él sería narrador, protagonista y víctima.
Las declaraciones a los medios, su discurso encendido a los diputados, la votación que lo colocaría en el lugar que mejor sabe explotar y, justo en ese momento, el fallecimiento del Papa le quita los reflectores.
La mezquindad del comentario refleja la amargura de quien ve frustrados sus planes por un suceso inesperado: la atención de los medios no estaba en donde él quería.
Justo como ahora, y la sensación debe ser parecida: en el momento en el que Andrés Manuel plantea un proyecto alternativo de aeropuerto, con el que intenta la interlocución directa con el gobierno federal, el fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) sobre el consumo recreativo, cultivo personal y transportación de mariguana le obliga a compartir los titulares con una noticia de mucho mayor trascendencia.
El proyecto de aeropuerto planteado por López Obrador contempla utilizar las dos terminales actuales del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México así como la base militar de Santa Lucía: en las instalaciones actuales se llevarían a cabo las operaciones nacionales mientras que en las propuestas se desahogarían las internacionales y las militares.
El costo del proyecto, así como su ejecución, serían considerablemente menores a los actuales.
Es una propuesta innovadora, que supone utilizar recursos existentes de una manera más eficiente: en el caso de que fuera viable, valdría la pena estudiarla con seriedad. Y valdría la pena, también, abrir las puertas al debate: con independencia de las razones económicas y logísticas, la razón política es poderosa.
En esta ocasión, la propuesta de diálogo antecede a la movilización callejera: Andrés Manuel no sólo debe ser escuchado, sino que en esta ocasión deberá probar su dicho con algo más que cajas vacías, chivos y gallinas.
@vbeltri