El escándalo relacionado con las emisiones trucadas en algunos vehículos Volkswagen ha afectado a la industria automotriz entera: en estos momentos se cuentan por decenas los modelos —de todas las marcas— que son sujetos a una revisión más exhaustiva para comprobar que se adecuen a lo dispuesto por la norma. Es natural: el hecho de que una de las armadoras más importantes del mundo no fuera capaz de cumplir con los estándares que en buena medida ella misma ayudó a definir, podría significar una verdadera catástrofe para una industria que es la base de las economías más poderosas del planeta.
¿Por qué mienten los líderes? ¿Por qué tuvo que mentir Volkswagen en un asunto que, ahora parece claro, terminaría por descubrirse? La respuesta podría encontrarse no sólo en los códigos internos de ética, sino en la estructura de la propia empresa: las organizaciones tradicionales tienden a fijar objetivos poco realistas que aportan estrés innecesario a la alta dirección e impiden la toma correcta de decisiones. En las empresas tradicionales las metas son siempre claras y definidas, a diferencia de las más innovadoras en que las metas suelen tener un grado mayor de ambigüedad. En las tradicionales los resultados o entregables se conocen a priori, mientras que en las innovadoras los resultados se conocen cuando se ven. La rigidez de la estructura en las organizaciones tradicionales contrasta con la flexibilidad de las innovadoras, en las cuales la administración por compartimientos no suele funcionar: en las primeras, en cambio, suele ser práctica común. La vocación al riesgo de una y otra es muy distinta, también: en las organizaciones tradicionales los riesgos son familiares y transparentes, mientras que en las innovadoras la incertidumbre se extiende a la gestión de riesgos.
Así, una organización con metas rígidas, y sistemas de gestión poco adecuados, podría estar orillando a sus empleados a la comisión de actos deshonestos: la perversidad de un objetivo inalcanzable, la codicia descarnada ante los bonos generosos, la trampa que inevitablemente saldría a la luz.
Volkswagen, sin embargo, es una compañía con presencia en prácticamente todo el mundo y que compite en diferentes segmentos de mercado: lo natural hubiera sido que una empresa así no se arriesgara a mentir de forma tan pueril. El problema es que, si una empresa de tal calado es capaz de arriesgar su reputación por hacer una trampa, cuantimás aquellas que no tienen que responder a nadie: el reciente caso de los deslaves en la zona de Santa Fe es un ejemplo perfecto de corrupción y falta de responsabilidad. Cualquiera que haya tenido que obtener una licencia lo sabe de sobra: la voracidad de los sindicatos y la deshonestidad de los inspectores están a la orden del día.
La situación podría ser mucho más grande de lo que parece hasta el momento. Como está ocurriendo alrededor del escándalo de Volkswagen, será preciso investigar más con más detalle situaciones similares; en este caso, la de los predios asentados en zonas de riesgo. El hecho de que no existan, en algunos casos, ni siquiera permisos de construcción, podrían tener consecuencias desastrosas: por un lado, el patrimonio de quienes invirtieron en edificios que son verdaderos gigantes con pies de barro podría estar en riesgo, mientras que por el otro la integridad física de quienes habitan en estas zonas podría estar comprometida.
¿Cuántos de los —en apariencia— majestuosos edificios de Santa Fe están en riesgo? ¿Cuántos han sido construidos de forma irregular, cuántos cumplen en realidad con los requerimientos mínimos para ser habitados sin riesgo? Y, lo que quizá sea más interesante, ¿por qué es tan fácil romper la ley y tan difícil cumplirla? ¿Por qué el empresario que quiere hacer las cosas de forma correcta se enfrenta con un muro infranqueable, pero el que está dispuesto a pagar puede construir sobre polvorones de tierra?
La corrupción puede ser disminuida pero, para lograrlo, se necesitan más que buenas intenciones: es necesario disminuir la intervención humana en sistemas en los que no es necesaria. La innovación en el sector público se traduce, forzosamente, en mayor eficiencia y menor corrupción.