Los críticos oficiales del gobierno en turno ahora dicen que la inflación no importa, que lo que debe tener muy preocupados a los mexicanos es el nivel de tipo de cambio.
Populistas irresponsables, quienes ni siquiera merecen ser mencionados por su bajo nivel, anticiparon en agosto que al mes siguiente se registraría una escalada de precios derivada del tipo de cambio.
La realidad es que ayer el Inegi informó que, por sexto mes consecutivo, la inflación estableció un mínimo histórico al ubicarse en 2.48% a tasa anual; sin embargo, no faltaron “analistas” que, según ellos, vieron presiones inflacionarias porque, durante el mes, los precios crecieron a una tasa de 0.51%, sin considerar que la tasa mensual en 2014 fue de 0.55%, para tener una inflación anualizada de 4.30 por ciento.
Quienes son congruentes o tienen memoria saben que el indicador más importante de la economía es el de inflación, puesto que se trata del más injusto de los impuestos, ya que se concentra en las clases medias y bajas, dañando su posibilidad de compra, es decir, de bienestar.
El simple hecho de que las buenas medidas económicas instrumentadas en los últimos 20 años, más las reformas estructurales (señaladamente las de telecomunicaciones, financiera y energética) han permitido una disminución histórica en el nivel de precios que sería suficiente para dar por buena una política económica.
CONTRERAS
Cuando la economía comenzó a tomar una ruta correcta en la década de los noventa, los mismos críticos oficiales del gobierno en turno decían que no importaban las cifras macroeconómicas o la estabilidad general del país, sino el poder de compra de los mexicanos, que se veía deteriorado por las fuertes inflaciones, destacadamente la de 1995, con un crecimiento de 57% a tasa anual.
Decían que todas las políticas deberían enfocarse a preservar el nivel de compra de las personas y evitar su deterioro. Hablaban, como todavía lo hacen algunos, de la caída del salario real o cuánto dinero se requiere para comprar los productos de la canasta básica.
Las políticas económicas correctas, enfocadas en el orden en las finanzas públicas y el impulso a la competitividad de las empresas, primero ponen en orden las cosas y a partir de ahí se comienza a construir mejores niveles de bienestar para las personas, particularmente a los que menos tienen.
La buena marcha de la economía nacional, a pesar del complicado entorno internacional caracterizado por la caída en los precios del petróleo y la volatilidad en el tipo de cambio, es la mejor muestra de cómo los gobiernos deben alejarse de prácticas populistas que sólo generan, durante un corto periodo, la ilusión de que las cosas mejoran cuando sólo son el interludio para una crisis de mayores proporciones.
Si en la década de los noventa se hubieran tomado medidas populistas como las que se ofrecían en aquel momento o las que sigue promoviendo Andrés Manuel López Obrador, el país no se encontraría en la buena situación actual y de perspectivas de mejorar en el mediano y largo plazos si se continúa con el esfuerzo.
México, de acuerdo con el FMI, es la economía de mejor desempeño durante este año. La tasa de crecimiento del PIB está entre las dos mayores de América Latina y ocupa un lugar destacado en el mundo.
Aun cuando se ha registrado una devaluación de aproximadamente 20% en el tipo de cambio, no sólo la inflación tiene niveles históricamente bajos sino que, además, el consumo interno está creciendo de una manera sólida.
AFERRADOS
Es muy común que los aferrados criticones de la marcha del gobierno hablen del tipo de cambio como si fuera la piedra angular de la política económica, algo que, afortunadamente, no ocurre en las últimas dos décadas, porque quizá no han podido superar los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, o aquella frase de José López Portillo: “Presidente que devalúa, se devalúa”, o aquella terrible que prometía defender al peso como un perro, cuando el tipo de cambio de ninguna manera habla sobre la buena marcha del país, simplemente es un precio de la economía.
En la otra cara de la moneda es necesario mantenerse “aferrados” a las medidas económicas correctas, sin importar quién esté al frente del gobierno, puesto que recién ahora comienzan a verse los beneficios de hacer bien las cosas en materia económica.