Era imposible no hacer comparaciones entre los escenarios de futuro planteados en la serie de películas de Back to the Future y la realidad. En su momento fue fascinante: quienes fuimos adolescentes en aquella época comentamos con entusiasmo, en los pasillos escolares, los adelantos de ciencia ficción que se mostraban en las cintas. Los efectos especiales nos permitieron asomarnos a un futuro que, en aquellos tiempos, parecía muy lejano.
Y no era para menos. Era un mundo completamente distinto que, a treinta años de distancia, parecería haber existido en un pasado remoto: la vida moderna no puede concebirse sin la presencia ubicua de la tecnología y supera, con creces, lo entonces expuesto en la pantalla. El avance de la ciencia y la tecnología en los últimos treinta años ha sido mucho mayor que en el resto de la historia de la civilización occidental.
Por eso resulta interesante el ejercicio de imaginar cómo será el mundo dentro del mismo periodo: treinta años no es tanto tiempo, pero las diferencias con la época actual se adivina serán abismales. La tecnología que tenemos disponible nos ha permitido crear una mente colectiva que almacena y gestiona el conocimiento; hemos diseñado máquinas capaces de realizar acciones mejor que nosotros; conocemos el funcionamiento del cuerpo humano a tal grado que somos capaces de replicarlo en un laboratorio.
El planteamiento del futuro es una actividad esencial para la innovación y se traduce en la definición de un resultado ideal final, que servirá como guía para el establecimiento —hacia el presente— de metas intermedias: de ahí a los indicadores de desempeño y las descripciones de tareas específicas no hay sino un paso. Es mucho más eficiente: de otra manera, si el futuro no se visualiza, el crecimiento es desordenado y se estanca. Es la diferencia entre resolver un problema, pensando en cómo lograrlo, y hacerlo visualizando la solución desde un principio: de la primera forma el esfuerzo se enfocará en incrementar las funciones actuales, mejorando o aumentando los sistemas existentes, lo que se traduce necesariamente en una mayor complejidad. De la segunda, al comenzar con la solución y trabajar en sentido inverso, las restricciones existentes se superan y el esfuerzo se dirige, de forma virtuosa, a la consecución de los objetivos.
Hoy algunos expertos predicen, de acuerdo con el diario británico The Telegraph, adelantos como la venta y distribución de emociones en línea a través de estimulación cerebral, ciudades hechas de materiales orgánicos y la aplicación práctica de la invisibilidad. La inteligencia artificial está llamada a potenciar nuestras capacidades y podría ayudarnos a resolver los problemas más apremiantes, pero también nos brindaría un entretenimiento que fundiría lo virtual con lo real. El cuerpo humano podría tener mejoras, los problemas de energía se resolverían sin contaminar al medio ambiente. Los aparatos podrán interpretar, y gestionar, los sentimientos de acuerdo a programas específicos, y el desarrollo de robots y nanotecnología podría tener aplicaciones agrícolas y militares en la forma de insectos artificiales. Los alimentos podrían imprimirse, y el cuarto de baño se convertiría en una unidad de salud personalizada, determinando el menú del día de acuerdo con las necesidades del organismo. La pobreza y el hambre podrían ser abatidas aprovechando las capacidades logísticas y de distribución inteligente, y las diferencias entre las naciones podrían arreglarse de forma civilizada a través de un sistema justo y transparente.
El futuro no sólo es posible, sino que está a la vuelta de la esquina. Tan cercano como lo está 1985, tan incierto como lo estaba 2015 entonces. Sólo las organizaciones que estén preparadas podrán enfrentar con éxito, y aprovechar, los grandes cambios que se avecinan. Es momento de innovación.
@vbeltri